Contaba en mi naterior entrada,que la mañana en Pren Dam había llegado al descanso del te, y es hora de volver a nuestros quehaceres...
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Vista del patio |
Charlo
con él, como con el resto de pacientes con los que me siento. No me entienden
ni pío, ellos hablas bengalí y no tienen ni pajolera idea de inglés, así que yo
decido hablarles en español, por que supongo que seré así más expresivo y al
menos algo de lo que trato de contarles les llegará.
Hablo
con ellos de todo, de la India,
de España que no conocen, de futbol, del Madrid, de mujeres, de cualquier cosa.
Ellos me atienden, muy interesados parece, por que varios alrededor se callan cuando
estoy contando algo... en español!. Me río solo, se rien ellos, les paso la mano por el
hombro, les golpeo en confianza en nuestra charla, les froto la cabeza, silbo, se
sonríen; trato al fin y al cabo de darles un poco de compañía de humanidad, con naturalidad, de
romper esa distancia medico-paciente, voluntario-enfermo, que me vean más como
un amigo, como un hermano… es curioso como un dialogo de sordos como es este,
entretiene y reconforta, a ellos creo y a mi, seguro.
Muchos
voluntaros utilizan guantes y mascarillas, pero no es menos cierto que otros
no. Sigo el ejemplo de estos último y les doy a las hermanas la caja con
guantes y mascarillas que me traje de Madrid. Algo me hace sentir que si me las
pongo voy a romper precisamente esa cercanía que quiero tener que quiero que
sientan mis “patients”. Y como Antonio me decía, “no te preocupes que la Madre Teresa te protege, no te
vas a contagiar”, y en esa esperanza descanso.
Al
cabo de un rato me levanto y me voy, para dedicarme a otros. Tratan de
retenerme, “luego vuelvo, prometido, que tengo que hacer…” y me voy. Otro patient me llama “Brother, brother!!” y
me señala a un enfermo que se ha caído al suelo. Me acerco y lo apoyamos contra
el murete, por que no puede sostenerse. Muchos me piden masajes, ¡¡como les
gusta!!, pero me dosifico y me dedico a los que veo más “cuarteados”. Muchos
simplemente están tumbados, o sentados, con la vista perdida, viendo pasar el
tiempo.
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Porche del dormitorio del 2º piso |
Entro
entonces en la “habitación de los
perdidos”, donde unas veces me encuentro con Helmut, otras con el
canadiense o el inglés. Me centro sobre todo en un pobre hombre, tumbado boca
abajo, con la espalda quemada, y con unas heridas de varios centímetros de
profundidad, donde llego a ver hasta el hueso. La debilidad es enorme, apenas
abre los ojos. Parece que lleva varias semanas, le aplican curas, pero no se
por que no mejora. Tiene una infección que va creciendo.
El
primer día cuando llegó la hora de la comida un Worker me pasó un plato y me
pidió que lo alimentara, así que desde entonces me ocupo de él. Le damos entre
dos o tres con cuidado la vuelta. Grita fuerte de dolor, y su cara refleja un
profundo lamento. Todo en él es desgana en esta situación, rechaza lo que le
ofreces, pero me digo a mi mismo “este come hoy”, así que insisto y trato de
obligarle a comer algo. Se resiste, me grita, escupe a su vez… con tiempo,
acabo entendiendo que es lo que come y lo que no; le gusta el arroz, el pescado.
Consigo apenas que se tome unas pocas cucharadas, ya es algo, me hace un gesto
y abandona. Algún día a estado especialmente duro conmigo, y a un pelo estuve
de mandarlo a la m… pero en esos momentos pensaba en las hermanas y su
paciencia y cariño infinito, yo al fin y al cabo, apenas pasaré unos días por
aquí, así que me muerdo la lengua, paciencia… No es menos cierto que también le
he conseguido arrancar un “gracias” a su manera, como el otro día tras
limpiarle el pescado de espinas, donde me regaló un gruñido de aprobación. No
me extrañaría que en sus circunstancias fuese yo peor enfermo que él. Al fin y
al cabo, como me cuentan, entre las heridas, la infección que va creciendo y la
mayor debilidad, cada día está peor, y acabará dejándonos…
Un
segundo enfermo del que me ocupo en la “habitación de los perdidos” es un pobre
abuelito. No se que edad tendrá, pudieran ser 80 o 90, pero igual son menos y
la vida le ha perjudicado en exceso. Este pobre, apenas puede respirar; parece
tener su capacidad pulmonar reducida a un 5%, por lo que da muy pequeñas
bocanadas de aire a un alto ritmo para poder llevar algo de oxigeno a sus
pulmones. Está boca arriba, literalmente boqueando, desesperadamente. Delgado
hasta un extremo increíble, pienso cuanto pesará, por que casi podría recorrer
todo su brazo con el espacio que dejo entre el dedo gordo y el corazón… ¿30
kilos? ¿40 a lo sumo?. Se le marcas todas las costillas al respirar. Le cojo la
mano, trato de calmarlo por que es angustioso verle. Con los enfermos de esta habitación
no hacemos bromas, ni risas, sería demasiado macabro, simplemente estamos,
acompañamos, tratamos de hacer más llevadera su angustia.
En
un momento dado, siento que el abuelo se me va, deja de respirar, pero
gesticula tratando de alcanzar algo, de agarrar el aire, los ojos como fuera de
las órbitas, me giro y le pregunto a Helmut que que hago. Me dice que es muy
tarde, que no hay nada que hacer con él, solo acompañarle. ¡¡No puede ser, algo
se podrá hacer, algo se le podrá dar!!. Salgo escopetado a buscar una hermana para que le de algo,
pero tras hablar con ellas, leo en su mirada que todo está hecho ya. Vuelvo
sobre mis pasos a la habitación, con un sentimiento de derrota, de impotencia.
Helmut me da un "bálsamos de tigre" para que le aplique en el pecho… no se si reírme
o llorar, ¡Vips Vaporub!. El abuelo sorprendentemente aguanta. Paso varias
veces al día a verle. Me siento a un lado de su cama y le cojo la mano, le
acaricio la cabeza, y rezo para que Dios se lo lleve ya al cielo de este
infierno que le ha tocado vivir.
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Helmut en el lavamanos |
Como
decía un enfermo “he vivido toda mi vida como un perro, y muero como un angel”,
y pienso entonces en todos los que he visto durmiendo en la calle, como perros,
comiendo entre las basuras, junto a los perros, agonizando en una esquina… que
cierto, y que grande labor la de estas hermanas.
Todo
sigue, nada se para, y al rato llega la hora
de comer. Hay que organizar a todos los que están en el patio para que
formen dos filas en el suelo y se sienten, unos frente a otros. Algunos son
capaces de llegar por su propio pie, a otros hay que ayudarles por que apenas
andan. Los que quedan en el interior están en peor estado.
Llegan
los grandes peroles, siempre arroz con distinta guarnición; un día pescado,
otro carne, otro verduras… y una fruta que suele ser plátano. Repartimos los
platos bien cargados y la gran mayoría come con ganas. Yo suelo dedicarme a los
enfermos del interior, a los que llevamos también su plato. Los más consiguen comer
solos, a algunos hay que ayudarles. Llega para repetir todos cuanto quieren.
Después
de la comida, toca fregado general. Ayudo a ir recogiendo platos, vasos y
demás, y los llevo a la zona de lavado donde un grupo de voluntarios ya está
dedicado a ello.
Tras
la comida toca siesta, así que mientras comienzan a lavar platos, ayudo a
algunos enfermos a llegar a sus camas, algunos rechazan las camas y se acuestan
directamente sobre el suelo de cemento. Supongo que ese ha sido su lecho a lo
largo de su vida, pero sorprende verlos tirados al pie de su cama vacía.
Acompaño a alguno al baño, doy un último vistazo a la “habitación de los
perdidos”, y la tranquilidad va poco a poco invadiendo el patio, las
habitaciones y todo Pren Dam.
Cruzo
la gran habitación de vuelta al patio, y muchos enfermos estiran su brazo para
tocarme, juntan sus manos para agradecerte, te sonrien, te regalan lo mejor que
tienen, todo lo que tienen…
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Voluntarios lavando platos tras la comida |
Vuelvo
al cuarto de voluntarios, donde me doy cuenta casi de un trago de la botella de agua, ya
caliente, que llevo en la mochila. Creo que debo beber 5 o 6 litros al día, y sin
embargo, apenas voy al baño.
Salimos
de Pren Dam, cansados pero contentos; es ésta una medicina que alimenta el alma.
Y así, vamos en fila, sin grandes charlas, cada uno en lo suyo, camino del cruce del 4th Bridge, donde tomaremos un autorickshaw
para dirigirnos a Sudder St., esperando llegar sobre las 13h. Dependiendo del
día, subo a mi hotel y me doy una buena ducha, pero a veces, volver lleva más
tiempo del esperado y no hay margen más que para comer algo en el Spanish,
desconectar un rato, antes de la vuelta a las 14:30 para Kalighat.
Esta noche despues de Kalighat y una buena ducha, si no estoy muy matado, me tomaré una buena Kingfisher (cerveza
local), en el patio-jardín del hotel Farlow, con Luis, Cristina y Teresa, como otros días hacemos.
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¡Kingfisher please! |

Ya me estoy saliendo de la historia. Volvía a Sudder St desde Pren Dam, con el escaso tiempo que me queda para ir después a Kalighat, pero esta es
ya otra historia que irá en la siguiente entrada…
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