domingo, marzo 25, 2012

Cuando ruge la marabunta

Hoy es domingo, y empezar el día con la misa en Casa Madre es doblemente agradecido. Sin embargo, en cuanto a trabajo se refiere, el domingo es como un día cualquiera, ya que el día que se "libra" es el jueves, así que hoy debería ir como todos los días a Pren Dam por la mañana y a Kalighat por la tarde.

La misa esta a rebosar, y en el desayuno de los voluntarios parece haber mas gente que otros días. Probablemente muchos de los que van habitualmente desde sus hoteles a los centros de las misioneras sin pasar por Casa Madre, hoy han decidido acudir a misa por ser domingo.

Ayer sister Mercy, que es la hermana que coordina a los voluntarios, una mujer estadounidense, decidida y enérgica, ex-marine me dicen, hija de mexicanos y que habla perfectamente español, ayer decía, ofreció a los voluntarios la oportunidad de visitar Nabo Jibon, que es la casa de los hermanos en el otro lado del río, y que excepcionalmente los domingos abre para todos los chicos del barrio donde se encuentra, de tal forma que se necesita ayuda extra este día. 

Las plazas son limitadas, sólo 10, y había que apuntarse en una lista, pues puede que se acabe sorteando si hay "overbooking". Yo lo hice, y por eso hoy según llego al desayuno, lo primero que hago es mirar la lista por si he salido elegido y... si, ahí estoy, bien!!. Hoy pues, no iré por Pren Dam como todos los días, y tendremos otra nueva experiencia.

Al final somos en total 12; Once nuevos más un habitual, hombre, ya que Nabo Jibon solo acepta hombres, salvo los domingos. Somos pues, tres hombres -Chris un estadounidense de media altura algo tocho que es el que va habitualmente a Nabo Jibon como yo voy a Pren Dam, un japonés alto y desgarbado, y yo- y nueve mujeres, otra estadounidense, novia de Chris, una francesa, otra malaya y 6 japonesas y/o coreanas, no termino de distinguirlas... 

 
Chris pues nos hace de guía. Tomamos a la salida de Casa Madre un tranvía, 6 rupis por cabeza, destartalado, sin cristales en las ventanas, bastante lleno, pero cumple su función. Nos dirigimos hacia el norte y cruzamos el Old Bridge al lado oeste de la ciudad, puente que ya varias veces he cruzado con Antonio, y en cuyo extremo y a lo largo del río se extiende la inmensa estación de tren de Howra (antes Victoria station), que toma su nombre del barrio en el que habita y que recibe los trenes de toda la India. A las puertas de Howra Station hacemos un transbordo a otro autobús (5 rupis), pintado de mil colores, y empezamos a callejear por el gigantesco y pobre barrio musulmán de Howra, que no se distingue de otros que ya conozco, febril, caótico...

Ya debemos llevar 50 minutos desde que salimos de Casa Madre. Nos bajamos del bus, y comenzamos a caminar por callejuelas atestadas de gente, puestos, coches, comercios, animales, lo de siempre. No aburre contemplarlo, no cansa, todo parece nuevo aunque lo hayas visto ya 100 veces repetido.
 
Voy caminando por las calles. Muchas veces éstas se especializan por oficio. Así ves calles llenas de talleres, otras de cestería, o de cualquier cosa que te puedas imaginar, neumáticos, piezas metálicas, alambres, plásticos varios, cubos... Paso por una calle con las aceras repletas de puestos de verduras y frutas, con muy buena pinta (el género, no los puestos en si), el colorido y la viveza de la calle te atrapa.

Tengo sed, el sol pega ya con justicia, llevamos 15 minutos andando. Me detengo en mi caminar frente a un puestecillo, y compro un coco que me preparan hábilmente con su machete para poder beberlo. Son 15 rupis, y le entrego una moneda de 20, pero el chico no encuentra cambio; le digo que no se preocupe, que se quede con el cambio (5 rupis sólo, unos 7 centimos) y me voy a buen paso para alcanzar al resto del grupo. Cual es mi sorpresa cuando pasado más de un minuto y ya lejos del puesto, me alcanza el chaval corriendo y sudoroso "Sir! Sir!... your change!!", y me da las 5 rupis de vuelta. Me quedo sorprendido de su honradez, y aunque insisto en que se los quede, se da la vuelta y con un gesto se despide sonriente perdiéndose entre el gentío.

Por fin llegamos a Nabo Jibon, donde como en el resto de centros de las Misioneras de la Caridad, un gran muro recorre la finca, y un gran portalón metálico franquea la entrada. Tras pasar la puerta, otro oasis como siempre; nada recuerda al exterior en el que nos hemos movido desde hace una hora. Cruzamos un gran patio y entramos en el edificio donde nos ofrecen refrescarnos y cambiarnos si queremos.

No hay sisters aquí, este es un centro de hombres, regentado por Hermanos (brothers) de la Caridad. Estos no llevan ningún atuendo distintivo, al contrario de las sisters con su sari blanco inmaculado apenas con 2 franjas azules. El único elemento que les distingue es una cruz cosida en la "pechera". Para mi dejan algo que desear, ya que van en camiseta, parecen otro Calcutano mas, y desmerece, resta respetabilidad, autenticidad frente a las hermanas. Ese "no sólo hay que serlo, hay que parecerlo" creo que para los "hombres de Dios" por llamarlos de alguna manera, suma más que resta. Es mi opinión, pero así son.

Los adultos que están alojados, son en su inmensa mayoría dementes y paralíticos. Apenas les saludamos, hoy no vamos a compartir el día con ellos... si no con los niños de fuera, del barrio, que van a entrar en el centro en unos minutos. Le pregunto a Chris de que va esto, que debemos hacer o que esperan de nosotros, y me dice encogiéndose de hombros que no tiene ni idea, que el viene habitualmente a cuidar de los adultos y es su primer domingo, así que bajamos las escaleras y buscamos información en los hermanos. Estos, la verdad, parece que pasan bastante, simplemente que nos ocupemos de los chicos, así que hasta que abran el portón, nos sentamos al fondo del patio a buen recaudo del sol que parece aumentar su castigo a medida que pasan los minutos.

El barrio es muy pobre, y el poder dejar a tus hijos un día cada semana y por una larga mañana, al cuidado de los hermanos, donde te los alimentan y juegan, es un lujo.

Escuchamos ya la algarabía que hay fuera en la calle, golpeando el
portón, pero parece que hasta las 09:00 no se abre. Poco conscientes éramos en aquel momento de que estábamos viviendo los últimos minutos de la tranquilidad del ojo del huracán en el que habíamos entrado...

A las nueve en punto se abría el portón y como si de una presa que revienta se tratara, un estruendo de niños asoma y comienza a acercarse a toda velocidad. Niños y niñas, de entre 4 y 8 o 9 años, unos 90 o 100. Chris y yo estamos de pie, al fondo, sin saber muy bien que hacer, el chillerío es enorme, y el tsunami parece que nos va a alcanzar sin remisión. No nos movemos, en un momento dado aguanto la respiración para recibir la embestida más entero, y simplemente nos toman al asalto; yo recibo un primer encontronazo de 3 niños, uno trata de subirse a mi espalda, otro tira de mi brazo, el tercero de mi pernera, en nada se les unen 3 o 4 más.

Creo perder el equilibrio, me balanceo, y trato de llegar al murete y sentarme, por que si no me tiran literalmente al suelo; gran error el mío, ya que efectivamente consigo sentarme, si, pero ello facilita que alcancen mis hombros ya sin dificultad de altura y se me suban encima, donde saltan uno sobre otro. En un minuto estoy absolutamente cubierto de bestias que me hablan sin entenderles; me gritan, se gritan, tiran de mi ropa en todas direcciones, gracias a Dios no tengo mucho pelo pienso en un instante... Asomo la cabeza y veo a Chris en situación similar; del japonés no tengo noticias, y el resto de las chicas tratan de arreglárselas como pueden. Veo a una japonesa que ha pegado su espalda a un árbol y trata de controlar a las niñas, así solo tiene un frente que defender. Otras se han juntado para, estando en mayor numero, tratar de imponerse a las fieras.

Al cabo de unos minutos estoy completamente empapado de sudor, voy controlando la situación a base de soltar vociferios y de hacer aspavientos para librarme del tropel. He ordenado el tumulto y consigo hacer una fila para subir y voltear a los chicos uno a uno, que es lo que quieren, que les lance, les suba, les lleve... la fila es interminable y el que ha sido ya zarandeado, quiere repetir, y no vuelve al comienzo de la cola, generándose una trifulca continua en la cabecera de la misma. Esto no termina bien así, me digo.

En un momento dado en el que se están peleando por ver quien se sube a mi chepa, literalmente me escapo de ellos como alma que lleva el diablo, y en tres zancadas alcanzo el edificio, y siento que he entrado en el Fuerte ya a salvo de los indios (me vale en los 2 sentidos). Los hermanos gracias a Dios no dejan acceder a los chicos al edificio. Chris sigue mi ejemplo. Hablamos ya a resguardo del sol y de las "fuerzas vivas", y decidimos buscar a un hermano, para ver si tiene un balón de futbol y organizar un partido donde se distraigan un poco de nosotros y se desfogue la marabunta. Lo encontramos, pero los hermanos no nos dejan que lo usemos, desconfían de la turba, así que no hay balón, no vale la idea.

Busco al japonés que ha desaparecido, para que se involucre y reduzca en algo nuestra tensión. Lo encuentro en la parte trasera del edificio, sentado con un local, pasando de todo. Me acerco y le digo que venga, hace ademán de levantarse, pero a los 3 pasos veo que se sienta de nuevo, paso de él. Subo al piso de arriba, a la habitación de los voluntarios, bebo agua profusamente y me refresco la cara. Hay un ventilador y decido sentarme frente a él varios minutos, hasta que me baja el sofoco. Al rato, me asomo a la terraza y veo a todos los niños, que corren patio arriba patio abajo "como vaca sin cencerro". Varios al verme me hacen señas para que baje, y con una sonrisa les hago un gesto de “calma que ahora voy” aunque era otro el que se me pasaba por la cabeza, paso, me voy a dar un respiro.

Chris aparece por la terraza y en ese momento me doy cuenta que tiene la camiseta destrozada por la espalda, de lado a lado, ¡¡que pinta!!, ni que saliésemos de un tumulto, aunque sí, puede que eso fuera. Bajamos al patio ya que nos toca repartir agua. Las chicas con increíble habilidad han organizado ya las filas, y con cierto orden se consigue en un rato saciar a todo el gallinero.

Parece que la situación se va calmando, y hay varios juegos en marcha por el patio. En un momento dado, veo que un grupo de niños esta machacando a un pobre paralítico que esta en su silla de ruedas a la sombra de un árbol. ¿Pero que hace ahí ese desgraciado? Todos los internos fueron oportunamente retirados, a tiempo antes del asalto del portón principal... es el único interno fuera del edificio, se les debe haber olvidado. Gesticula como puede desesperadamente y emite ruidos extraños para defenderse, mientras los niños ríen a su alrededor y le golpean sin piedad alguna. Voy decidido a poner orden pero me adelanta un hermano o un cuidador, no distingo, y quitándose el cinturón la emprende de forma decidida a latigazos con los niños que en unos segundos se dispersan rápidamente. Me sorprende la contundencia del hermano, pero así deben solventar las cosas, y yo no he venido aquí a cambiar costumbres.

No pasan más que unos minutos cuando aparecen en el patio varios hermanos cargando con 2 enormes peroles con la comida del día. Ayudamos a traer un tercero, así como platos y vasos. Una vez que el avituallamiento está en su sitio y listo, organizamos a todos los chicos, que sorprendentemente con cierta facilidad, forman 2 filas de unos 50 niños cada una, sentandose en el suelo. Es entonces cuando con todos los chicos sentados y ordenados, se reza una oración en indi, que supongo es cristiana o neutra, tras la cual empezamos a repartir el rancho, algo parecido a pollo al curry, arroz y verduras. Vamos pasándoles el plato ya servido, alguno te pide más de esto o de aquello, pero hasta haber servido a los 100, no se puede repetir. Comen con fruición, se ve que ganas no les falta. Se reparte un plátano de postre y se deja repetir a los que así lo piden que son muchos. La intendencia de la comida es cansina, por que no paras de repartir, de subir y bajar, de llevar agua, de recoger platos, de controlar al que se desmanda o lanza la comida. Media hora, no más, pero como todo con estos chicos, intenso.

Parece que la comida les ha tranquilizado algo, ya que tras la misma, se van levantando y no tienen el ínpetu que antes demostraban. En ese momento, decido darme un descanso, y me encamino hacia el porche para sentarme a la sombra un rato. Sin embargo no llego a alcanzarlo por que un hermano me detiene y me pregunta "how many men you are?", "tres" le respondo, "pues trae a los otros dos de inmediato, os espero en aquella cancela al fondo del patio". No se muy bien de que se trata, pero ni me pregunto, simplemente me pongo a ello. Encuentro a Cris y le indico que se vaya al sitio indicado por el hermano, y así veo que lo hace. Voy en busca y captura del Japo, al que apenas he visto en todo el día. Me lo encuentro de nuevo en el patio trasero al socaire de todo trabajo. Hala chaval,  esta vez te vienes, y me lo traigo sin muchas ganas.

Salgo con él al patio y me dirijo ya hacia el fondo donde veo al hermano y a Chris esperándonos. Me giro un momento para asegurarme que me sigue el japo, pero cual es mi sopresa cuando veo que ha tomado la dirección contraria a la nuestra. Vuelvo sobre mis pies y le alcanzo, le agarro del brazo y en un perfecto castellano le suelto un par de frases que no conoce pero entiende sin dudarlo. Ahora voy detrás de mi sobrero al que hago entrar por la cancela ya sin dificultad, ¡que arte!.
Le preguntamos entonce  >>LOST<<

3 comentarios:

  1. Querido Amigo,

    Leo todos tus posts y me quedo alucinado. ¡Que huevos le hechas!

    Ayer me reí un buen rato con tu experiencia de la montaña de ropa sucia y heces.Jajaja.Me recordó algún día de mili que ya te habré contado, seguro.
    La verdad es que me está impresionando mucho tu aventura, muy potente, un poco loca, pero que vives y cuentas con tanta gracia y entusiasmo. Se nota que está siendo para ti una buena terapia de shock que seguro te va a dar un enfoque completamente inusitado.

    Espero que te vaya bien y que te veamos pronto para que nos cuentes más.

    Un abrazo.

    Rafa

    ResponderEliminar
  2. Hola soy JOSEL, parece q te conoce en kolkatta antes de tu viaje a Los purineos can tus hijos.. Soy ecuatoriano.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Josel, claro que me acuerdo bien de ti, en los desayunos de Casa Madre.
      Que grandes recuerdos de aquel viaje. Me alegro haberlos escrito, siquiera un poco para recordarlos con el tiempo, y tal vez entretener a alguien que caiga de forma fortuita por mi blog.
      Me alegro que hayas sido tu.
      Espero que estés bien.
      Un abrazo,
      Pablo

      Eliminar